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humildad
HumildadMi padre era sargento retirado de los Infantes de Marina y se notaba. Todos los fines de semana, debíamos levantarnos a las ocho de la mañana y se nos daba un tazón caliente de avena como desayuno. Después de eso había que hacer las labores domésticas y ninguno de los niños nos atrevíamos a pedir permiso para salir a jugar hasta que todo estaba listo. Mi padre también tenía una forma original de castigarnos. Mientras que los demás chicos tenían que quedarse en casa como castigo por violar alguna regla importante en el hogar, a nosotros nos tocaba un corte de cabello. Pero no cualquier corte. Recibíamos el rapado oficial de la Infantería de Marina.
Nunca fue un secreto en nuestro vecindario cuál de los chicos de la familia se había metido en problemas. Aprendimos desde muy jóvenes que no podíamos ocultar nuestra mala conducta de los demás. Además, a ninguno nos atrajo nunca ser unos rebeldes.
En ese tiempo, pensaba que mi padre estaba un poco menos que loco, pero ahora me parece que era más sabio de lo que jamás imaginé. A mis hijos les doy una variedad un poco más amplia para desayunar y los quehaceres domésticos se hacen antes del mediodía. Pero todavía debo esforzarme para ocultar mi sonrisa cuando veo a mi hijo de seis años con el ceño fruncido en la silla del peluquero.
Percy Zuloaga