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Es el sueño de todo niño. Aquí estaba yo, con mi nueva licencia de aprendiz de conductor, sentado tras el volante del automóvil de la familia. El semáforo se puso verde y ya estaba comenzando a presionar el acelerador. "¡Détente no te vayas!" mi padre me dijo seriamente. Miré hacia delante pero no vi ningún motivo para no avanzar, de modo que presioné el pedal. "¡Frena!" -gritó mi padre. Su voz fuerte me asustó a tal punto que mis reflejos reaccionaron. Pisé fuerte el freno en el momento justo en que un enorme camión de cemento se acercaba haciendo mucho ruido y pasaba la intersección con la luz roja. Se subió a la vereda, destrozó una reja y finalmente se detuvo contra un montón de tierra en una construcción cercana.
Mi padre había hecho lo que debía de haber hecho yo. Él había mirado a ambos lados y había visto el camión que se movía rápidamente y que no parecía bajar la velocidad. Yo estaba tan emocionado por conducir, que me había concentrado solamente en la luz que debía cambiar de color. Ésta fue solo una de las muchas veces en que he sido afortunado por haber escuchado el consejo de mi padre, aún en aquellos tiempos en que no podía ver rápidamente por qué.