lealtad

Mi mejor amigo y yo habíamos pasado varios veranos perezosos hablando acerca de cómo podríamos tener algún día nuestro propio negocio. A los diez años, no teníamos idea de qué tipo de negocio podría ser; lo que sí sabíamos era que lo haríamos juntos. Éramos inseparables, incluso el día en que fuimos a vagabundear por un cañón cercano.

Mientras caminábamos entre la maleza, el viejo perro ovejero lanudo de mi amigo nos seguía moviendo la cola. Sin ninguna advertencia, la tierra cedió bajo nuestros pies y nos sumimos en la oscuridad. De alguna forma, nuestra caída solamente provocó rasguños y moretones, pero miramos hacia arriba al pequeño orificio de luz que se veía muy arriba, sin ninguna salida.

Lo único que podíamos ver era un haz de luz turbia y la silueta del perro lanudo mirándonos hacia abajo y ladrando. "¡Vete a casa!" -le gritó mi amigo- "¡Vete a casa!". Después de unos pocos gimoteos, el perro desapareció de nuestra vista. Alrededor de una hora después o más, la luz del sol empezó a desvanecerse a medida que se aproximaba la noche.

Empezábamos a tener miedo y a pensar que seguramente tendríamos que pasar la noche en ese agujero, cuando empezamos a oír débilmente los ladridos. Era el viejo perro que volvía. Pronto los ladridos se hicieron más fuertes y vimos los haces de las linternas alumbrando hacia abajo en la oscuridad. Nos lanzaron una cuerda y nos unimos a nuestros salvadores en la superficie.

Mi amigo y yo permanecimos juntos y realizamos nuestro sueño de trabajar juntos. Todavía sufrimos moretones y rasguños en el mundo de los negocios, pero tengo una fotografía del viejo perro ovejero en mi escritorio para recordarnos que juntos podemos lograrlo.